He estado leyendo “La Fiesta del Chivo” de M. Vargas Llosa, un libro sobre el dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo. Como me ocurre recurrentemente ante este tipo de personajes o situaciones, llegada una parte del libro sentía rabia, asco, vergüenza de mi propia especie. Nunca he logrado comprender, aunque tampoco he investigado mayormente, cómo es posible que existan tantos seres que fisiológicamente podrían llamarse humanos, pero que de ninguna forma se diría que tienen una mentalidad de tal especie, mucho menos podría decírseles ‘personas’, ¿o es que así somos realmente? ¿Es esa nuestra más pura naturaleza? En el libro se muestran ejemplos de tortura como las descargas eléctricas, el obligar a comerse órganos sexuales del propio cuerpo, coser párpados y labios, y el más horrible de todos, engañar a uno de los prisioneros con carne fresca como alimento y luego mostrarle que era su propio hijo. Lo que me asombra más es que haya gente capaz de realizar semejantes barbaridades – y digo barbaridades porque realmente ese tipo de infamias vienen de tiempos ancestrales-. Sé que es de lógica común rechazar este tipo de actos, pero lo extraño es que siento que con el tiempo muchos van perdiendo la sensibilidad ante estas demostraciones de sinrazón y creo que esa es la peor parte. ¿Cómo dejar de asombrarse? ¿Cómo dejar de sentir vergüenza ajena? Francamente a mi me produce no solo repulsión, sino que también pena, y espero que así sea siempre, pues de lo contrario sería una más de las personas que simplemente deja pasar los defectos de la humanidad.
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