Cuando en el mundo somos sólo los dos, como peces en una pecera, el tiempo corre distinto, lento y deprisa a la vez. No hay obstáculos, no hay ideas que nos hagan dudar. Nos enredamos poco a poco, aunque sin moderación. Decimos cosas que parecieran venir desde el lugar más íntimo de nuestro ser, y sin embargo más tarde quizás hasta las olvidamos -cuántas conversaciones hoy parecen no haber existido-. Dejamos ver con transparencia y sin temor algo que fuera de ese círculo solemos ocultar.
Pero el mundo es más grande, muchísimo más grande que una pecera y afuera el tiempo nos persigue, nos alcanza. Afuera de esa pecera el tiempo corre igual para todos.
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