martes, 7 de marzo de 2017

Lo que parece no es, solo parece.

Debo confesar mi problema. Padezco de una adicción. Una adicción a las historias.
No discrimino entre buenas y malas historias, y aunque evidentemente las segundas me aburren al poco empezar, por cortesía o testarudez casi siempre las continúo escuchando. Es que cuando una historia comienza a ser contada considero de una violencia absoluta el dejarla inconclusa. A veces la historia en sí no es lo importante, sino el alivio que siente quien la está contando al dejar salir las ideas que se apelotonaban en su cabeza, dándoles por fin coherencia y más o menos una lógica. En esos casos mi adicción llega a un punto alto en que la gratificación viene dada justamente por el agradecimiento que de una u otra forma me da esa persona tras haberla escuchado.
En el caso de las buenas historias... Bueno, me avergüenza un poco decirlo, pero una buena historia me lleva al punto máximo de excitación. Convengamos en que una buena historia no cae del cielo todos los días. A veces llegan por la sola fortuna, pero las más de las veces hay que salir a buscarlas, estar permanentemente en una disposición abierta al diálogo, hasta con la persona que a simple vista parezca más insignificante para la vida de uno. Se tiene que andar con los ojos bien abiertos y los oídos bien dispuestos. Así es la cosa en estos días, las historias buenas, de esas que dejan algo, son difíciles de encontrar. 

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