Tomé un pocillo y comencé a mezclar. Mezclaba los líquidos primero, como dictaba la receta, pues es de común conocimiento que los recuerdos, las lágrimas, los besos y la lluvia se deben mezclar primero y de forma separada. De a poco fui agregando lo demás, en el orden preciso y tal como se indicaba. Primero el roce de una mano sobre mi espalda, luego el susurro en el oído, las migajas de valor y finalmente un terrón de cordura. Mezclaba con ahínco para que resultara uniforme, para mirar con orgullo lo que fuera a aparecer...
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