domingo, 25 de febrero de 2018

Siguiendo la ruta

Existió un ave que se hacía canción. Se daba frescos baños de rocío cada mañana antes de comenzar su ruta esparciendo música. Ululaba bellas notas a través de las rendijas y se posaba en la memoria frágil de quienes habitaban el lugar.
Permanecía quieta, casi en silencio, cuando quería capturar los matices de alguna conversación. El ave entonces se hacía viento, dispersando con fuerza aquello que rompía la paz entre las personas, restableciendo la unión, la alegría.
Por las tardes el ave se dirigía allí hacia donde estuviera el ocaso. Viendo los colores fundirse en el horizonte el ave se iba haciendo luz; subía hasta lo más alto y desde allí retozaba entre las nubes suaves que la acogían noche a noche.
Desde abajo algunos alzaban la vista en el momento preciso en que el haz de luz cruzaba el cielo y pedían un deseo; el ave entonces se hacía tal y, perdiéndose en la oscuridad del firmamento, descansaba sabiendo que al día siguiente el ciclo continuaría.  

Distancia

La distancia es relativa. Cuando veo un punto al que me gustaría llegar me cuesta reconocer su lejanía, mi mente automáticamente piensa que está cerca, que no parece difícil alcanzarlo. Y si sigo ese impulso, puede que en el camino me de cuenta que realmente no estaba tan cerca como creí, pero suele hacerse más liviano el paso si voy acompañada, y es que la compañía muchas veces acorta las distancias (al menos la bien encaminada, la que no desvía sino que te sigue adonde vas).

La distancia y el camino por recorrer son extremadamente necesarios, pues de otra forma no aprenderíamos. La distancia le da sentido a la vida, y aunque a ratos no la comprendamos, eventualmente veremos las cosas en perspectiva, dimensionando el real peso de cada suceso, valorando cada paso que dimos. 

jueves, 22 de febrero de 2018

Pasado, presente y ...

En medio de la noche desperté a escribir para no olvidar cuando te tuve frente a mi escapando del sol de la tarde. Te tapabas. Aun así me mirabas a los ojos, atrapado en una conversación que fluía natural. En una de las historias ese puede haber sido el día que me condené y no pude sacarte más; en la otra historia ese fue quizás el comienzo de algo que aún no logro entender ¿Acaso vale la pena que intente decidir cuál de las historias quiero? ¿Debo elegir, o siquiera tengo esa posibilidad? ¿Y no está ya dicho todo cuando los días pasan y todas estas historias han quedado atrás?

viernes, 9 de febrero de 2018

Precipicio

A veces la ignorancia hace la felicidad, o una ilusión de ella al menos. Por lo pronto jugamos a apretar los botones que incitan al otro a ponerse en movimiento, pero ya sabemos que al final de este juego ninguno de los dos gana. Cada uno dirá que ganó o que al menos no salió perdiendo, pero qué tal si sólo nos queremos convencer de nuestra autoimpuesta necesidad de ser fuertes.

Los astros dicen que no somos compatibles; la experiencia nos dice otro tanto, y sin embargo, aquí estamos nuevamente, al borde del precipicio sin saber cómo es que llegamos ahí. 

La cobardía que me hace valiente

Algunos se van y se piensa de ellos que son muy valientes y desprendidos. Últimamente cuando pienso en irme, la mayoría de las veces es la falta de esas características lo que mejor me representa. Tiendo a cuestionar mi valentía (aunque muchos dicen que la tengo), tiendo a no dejar ir fácilmente. Es por eso que en mi imaginación el escenario de un viaje es una huida de las cosas que me hartan, de las cosas que me duelen, de la realidad que siendo tan calma me oprime. 

Dicen que escapar es señal de cobardía, pero a veces me entra esa urgente necesidad de ser un poco cobarde, quizás para probarme una vez más que no lo soy, que puedo dejar ir, que puedo vivir conmigo misma con la misma felicidad que a ratos siento viviendo rodeada de quienes conozco.