Todos cargamos una maleta, a veces no sabemos o solo sospechamos de su
existencia. A veces sabemos que está
pero no sabemos cuándo nos pesará más. Puede ser un momento de tranquila
reflexión mientras leemos un libro (y gracias libro querido por ser justo lo
que necesitaba para luego comenzar a reír). Puede ser en medio de una conversación
llena de risas que de pronto se transforman en otra cosa. El peso se siente,
tanto si viene de quien desprecias, como si viene de quien sientes como un par.
Aquí no hay culpas, no hay errores. Simplemente es una maleta que no queremos
ni necesitamos vaciar. Es nuestro yo, nuestra más profunda composición. Y si
bien no es propia de uno, nos pertenece, va con nosotros a donde sea y nos
determina.
Si algo aprendí es que nunca tenemos que actuar por otros, tenemos que
valorar nuestra esencia y las riquezas que hemos adquirido. Mi maleta quizás
pesa más a ratos, pero también es la que me permite ser como soy. Y esas
sorpresas que a veces nos da el día a día son las que tienen que llenar de
alegría y calor nuestros corazones. Si bien ahora no puedo hablar sino desde el
dolor, rescato que son esas cosas que guardo bien profundo las que me han
modelado, las que espero que (para bien o para mal) siempre guíen mi actuar.
Siempre se puede mejorar, es verdad, siempre se puede aprender. Pero esa
esencia, esa historia a medio contar, esos sentimientos que no se necesitan
describir, espero que siempre me mantengan con los dos pies sobre la tierra,
siempre sintiendo, nunca insensible a la realidad, siempre doliendo si es
necesario, para recordar por lo que luchar, por lo que seguir, por lo que
avanzar, por lo que vivir.
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