Caminando por la orilla del camino me encontré con mi consciencia, y en un
acto irreflexivo, casi un impulso, la aplasté. En ese mismo instante supe que
no había vuelta atrás ¿Qué había hecho? Nada ni nadie podía devolverle la vida
a ese pequeño ser, a ese breve ruidito que debía hacerme pensar antes de
actuar. Lo hice por temor, pero la verdad es que no había razón para temer. No
era sino uno más de entre los infinitos seres de este universo y yo me tomé
injustamente la atribución de terminar con su existencia.
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