Bajé del bus y, a tan solo unos pasos, pude sentir olor a cigarrillo mezclado con el frescor de los aromos florecidos. Pese a no tener una especial predilección por ninguno de los dos, de manera indescriptible la conjunción me hizo sentir viva e imparable.
En mi camino esta parte representaba el tramo final; era breve, pero no menos extenuante que lo ya recorrido.
Sin detenerme, intenté, de forma quizás absurda, inhalar con la máxima capacidad de mis pulmones, a ver si así me quedaba dentro algo de esa sensación. Incluso, por un segundo posé mi mano sobre un arbusto pensando que sus hojas serían contenedoras, en parte, de esa magia. Pero me di cuenta que era imposible arrastarla a cualquier otro lugar fuera de aquella esquina. La esquina en que me había bajado del bus, y en que debía reemprender el camino.